miércoles, 25 de febrero de 2009

Matemáticas y el fin del mundo. La torre de Brahma

En su libro Uno, dos, tres, infinito... el gran físico George Gamow, cuenta la siguiente historia: “En el templo de Benarés, bajo la cúpula que señala el centro del mundo, hay una placa de latón en la cual se han fijado tres agujas de diamante, cada una de las cuales tiene la altura de un codo (alrededor de cincuenta centímetros). Ensartados en una de estas agujas, el día de la creación, Dios colocó sesenta y cuatro discos de oro puro. El disco más grande se apoya sobre la p laca y los otros disminuyen de diámetro a medida que se acercan a la parte superior. Esta es la torre de Brama. Día y noche, incesantemente, un sacerdote transfiere los discos de una aguja de diamante a la otra, de acuerdo con las leyes de Brahma, fijas e inmutables, que requieren que el sacerdote mueva un solo disco por vez y que nunca coloque un disco menor debajo de otro más grande. Cuando se hayan transferido así los sesenta y cuatro discos de la aguja en la cual Dios los colocó, durante la creación, a una de las otras agujas, la torre, el templo y los Brahmanes se desmenuzarán hasta convertirse en polvo, y en medio de un trueno, el mundo desaparecerá.

El relato muestra que Brama no sólo era un Dios, sino un buen matemático, conocía el rápido crecimiento de las series geométricas y tomó precauciones como para que el mundo durara un lapso razonable. Pero podía haberlo hecho durar muchísimo más sólo con exigir que en vez de cambiar los discos de una aguja a otra, los sacerdotes simplemente se ocuparan de cambiarlos de lugar, ordenándolos de todas las maneras posibles. Los números que miden la cantidad de formas en que se puede ordenar una cierta cantidad de objetos crecen tan fantásticamente que a su lado, 18.446.744.073.709.551.615 apenas cuenta. Para describir la cantidad de formas en que pueden ordenarse sesenta y cuatro discos, hace falta un uno seguido de ochenta y ocho ceros. Si Brama hubiera elegido esta variante y si los sacerdotes hubieran sido capaces de exhibir un ordenamiento por segundo, la duración del mundo en años vendría dada por un cuatro seguido de ochenta y un ceros: los idiomas humanos no tienen palabras para semejantes números. Es una lástima, pero ya sabemos que los dioses suelen jugar con el tiempo, y la eternidad misma para ellos no es nada.
En el año 1883 el matemático francés François Edouard Anatole Lucas, bajo el pseudónimo de PROFESSOR N. CLAUS (DE SIAM) Mandarin of the College of Li-Sou-Stian! presentó un juego basado en esta leyenda al que llamó Torre de Hanoi, en el que utilizaba solamente 8 discos.